Su eterna obsesión era el paso del tiempo. Desde muy niño se preocupaba por aprovechar cada momento y se desesperaba cuando notaba que pasaba el tiempo en lo que él consideraba “pavadas”.
Tanto era así que no comprendía los recreos del colegio. Cierta vez llegó a plantear que si sus padres pagaban para que él recibiera una buena educación no debería perderse tiempo entre clase y clase; tampoco veía conveniente el entretiempo de los partidos de fútbol que en esa época se escuchaban por radio. Consideraba que deportistas bien entrenados bien podían jugar sin descanso.
Un día durante las vacaciones veraniegas que pasaba con su familia en la costa casi tiene un disgusto con su abuela porque dormitaba de a ratos mientras tejía en el fresco de la tarde; sólo la eterna comprensión de su madre lo salvó de la reprimenda. Nadie más que ella entendía su obsesión y lograba desalentarlo cuando se ponía especialmente cargoso.
Y así creció él con su desesperante locura por lo que él consideraba mal uso del tiempo. Soñaba con inventar una máquina para trasladarse de un lugar a otro mediante la desintegración del cuerpo porque no podía aceptar los viajes tradicionales. Cuando descubrió “Viaje a las Estrellas” enloqueció al conocer la “teletransportación” aunque fuese una ficción. Odiaba la atmósfera y porque quitaba velocidad a los vehículos.
Ingresó a la facultad de Psicología (porque tenía esas contradicciones) motivado por intentar comprender su obsesión. Por supuesto al aprender a bucear en la mente humana aumentaron sus delirios y sus deseos de inventar alguna forma de evitar el cansancio y el sueño. Por eso al finalizar sus estudios y recibirse con honores comenzó a estudiar Medicina y paralelamente se interesaba por la Parapsicología. Todo esto con la intención de convertirse en ingeniero especializado en alguna rama que le permitiera superar su preocupación por la pérdida de tiempo. Así fue como almacenó todo tipo de información que pudiera llegar a sus manos relacionada con el tema. Y como era un perfeccionista rayano en la locura en poco tiempo tuvo en su cabeza una envidiable biblioteca referente a lo que consideraba lo más importante de su existencia.
Sus amigos – muy pocos – solían burlarse de él por el énfasis con que defendía sus ideas. Eso sí, siempre fue respetuoso y no trató de convencer a nadie.
Su delirio lo motorizaba a sorprendente velocidad en su crecimiento…incluida su locura por supuesto. Llegó a estar varios días con sus noches trabajando en diversos inventos que fracasaron como era de esperar para todos menos para él. Se alimenta mal y sus ojeras crecían día a día, así como su peso descendía peligrosamente.
Dentro de su locura (ya no era sólo una obsesión) acumulaba conocimientos variados y muy valiosos, aunque desordenados e incongruentes. Eso sí, en el fondo se tejían poderosas interconexiones de las que él no tenía conciencia. Muy lentamente se iba armando una red, una telaraña muy intrincada de real saber. Avanzaba y atrapaba con gran habilidad todo lo que se ponía a su alcance a través de nuestro amigo. Y así fue creciendo, lentamente, pero sin detenerse jamás. De a poco fue tomando distancia del control de su “amo”. Hasta que un día se independizó. Tomó su propio control y comenzó a actuar en forma independiente.
Trabajó sin descanso ya que la mente no sufre el cansancio, no necesita dormir. Esto le dio tranquilidad, aunque parezca lo contrario. El seguía en su búsqueda como antes pero su red interna trabajando en forma separada. Sentía una serenidad desconocida y placentera. Todo lo que investigaba, aprendía o practicaba era rápidamente captado por su “departamento central”, filtrado, almacenado y aprovechado para aumentar su tamaño y su eficacia. Podría decirse que convivían dos inteligencias en una.
Hasta que un día aprovechando la debilidad que lo había ganado, la superestructura mental tomó el control de sus actos y con soberbia y desacato originó el desastre. Ordenaba la modalidad de trabajo y como tenía una formidable base de datos e información sabía cómo aprovechar cada momento. Mientras, lo que quedaba de Juan preocupaba a su familia y amigos. Si bien su comportamiento no había cambiado mucho y se lo notaba más relajado, su delgadez extrema y su extraña mirada les daba mala espina. Dormía sólo dos horas al día, en cualquier horario, pero aún en esos momentos era evidente que su mente funcionaba a toda máquina. Sus ojos entrecerrados se movían frenéticamente y su expresión cambiaba a pesar de estar durmiendo. Claro, el cuerpo dormía, pero la mente no podía perder tiempo y seguía en su proceso devorador; por eso cuando se quedaba sin materia prima despertaba a Juan para que continuara leyendo o trabajando para ella.
Y así pasó Juan a la inmortalidad. Cuando su mente llegó al punto buscado de conocimiento y poder ésta comenzó a trabajar en un proceso de detención de la vida que lo mantuvo igual a sí mismo durante muchos años adoptando lo que todas las ciencias y creencias trataban acerca del tiempo. Utilizó muy bien el cuerpo de Juan para su servicio y recopiló cuanto había en la Tierra acerca del tiempo y cómo aprovecharlo. Como mente independiente pudo ser muy útil pero no lo fue. Se agotó en el conocimiento puro y frío. Terminó con Juan y acabó consigo misma cuando ya no hubo qué aprender.
Las descendientes de la familia de Juan lo recordaban como “el loco que no durmió durante ochenta y tres años”.
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