Cuando nos referimos a algo o a alguien tanto como cuando reflexionamos acerca de una persona o un suceso, en general sólo tenemos en cuenta el hecho o la persona aislada de lo que lo rodea.
Con esta actitud de nuestra parte dejamos fuera de la ecuación a varios (o muchos) términos que resultan indispensables para tener una idea acabada de lo que motivó lo que estamos considerando. Mucho peor si además le agregamos nuestro juicio de valor.
La reflexión de hoy acerca del contexto o las circunstancias se refiere precisamente a tener en cuenta todo lo que rodea a la persona o situación que nos ocupa. No quedarnos solamente con lo que vemos en el momento. La idea es preguntarnos acerca de las razones por las que sucedió lo que sucedió. Siempre hay motivos para actuar de determinada manera o para tomar decisiones sean éstas correctas o equivocadas. Y aquí otra pregunta…si las consideramos erróneas…¿de acuerdo con qué parámetro…?. Por eso recalco el valor de no juzgar.
Cuando nos enteramos de algo promovido por alguien nos cerramos inmediatamente al hecho en sí. No pensamos en la o las motivaciones que esa persona puede haber tenido en ese momento para hacer lo que hizo. Ligeramente damos por sabido lo primero que se nos ocurre y opinamos al respecto. Cuando conocemos de verdad el contexto o las circunstancias en que sucedieron las cosas nos damos cuenta del error cometido y casi nunca hacemos algo por revertir el daño que nuestras palabras puedan haber producido. A veces, ni reconocemos las cosas.
El contexto – o las circunstancias – pueden modificar completamente un hecho. Cómo se encuentra la persona en ese momento; su estado de ánimo, su conocimiento de los hechos, su salud, la impresión que le causó lo sucedido y una larga lista de cosas que influyen en la respuesta o reacción frente a lo sucedido.
Lo importante es la interpretación de lo que sucede más que lo que sucede. Esto determina una u otra respuesta frente a una misma situación. Por eso influye hasta el momento de evaluación y opinión. ¿Cómo nos enteramos…? ¿Cuál es la fuente de información…? ¿Resulta confiable y desinteresada o agrega opinión y no es objetiva…? De todo esto depende lo que hacemos cada día.
Por eso, antes de crucificar a alguien o de opinar acerca de un hecho analicemos el contexto en que sucedieron las cosas. Hagamos un esfuerzo por quitar de en medio nuestra propia verdad acerca de ellas, seguramente va a ser diferente de la verdad del protagonista y va a modificar la observación subjetiva que invariablemente nos lleva a cometer errores de apreciación y generar un daño que se puede evitar.
Recordemos que tal vez a las palabras dichas se las lleve el viento, pero si producen algo (siempre producen algo) va a quedar una cicatriz indeleble y alguien se va a sentir mal por nuestra ligereza al momento de hablar.
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