• Los hermanos del monte

Los hermanos del monte

Género: Cuento
Autor: Miguel Cotrofe

LOS  HERMANOS DEL MONTE

 

Eran seis hermanos, nacidos en distintas ciudades y provincias según el destino laboral de su padre. Algunos hablaban con tonadita local, provinciana del norte por haber cursado la escuela en Córdoba o Tucumán. Los dos menores eran bien patagónicos, acostumbrados al frío y al viento helado, cara curtida y labios siempre resecos. Las niñas tenían muy presente la ancestral cultura de su madre, aprendieron a trabajar en su casa y a atender a los hombres. Sabían que a poco de crecerles los pechos ya serían madres sin saber muy bien cómo ni porqué. De alguna manera querían retrasar ese momento que indefectiblemente llegaría y se repetiría la historia.

Juan, el jefe de la familia, el hombre de la casa, el que ganaba el sustento para todos era callado, taciturno y le gustaba la obediencia sin cuestionamientos. Su cuerpo enjuto se había gastado en los montes hachando, esquilando o alambrando. Una antigua caída desde un caballo explicaba la renguera que lo acompañaba de adolescente. Nacido en Cuchillo Co, sur de La Pampa, criado en el campo y conocedor de todas las tareas rurales, entendía que la única forma de sobrevivir era que le respondieran a la primera orden, generalmente un monosílabo. Si todo se resolvía con una mirada, mejor. Había acostumbrado a su familia a partir sin avisar, a alejarse para siempre en busca de un futuro mejor que nunca llegó. De esa forma, siguiendo una promesa de algodón llegaron al Impenetrable, en el Chaco. Su mujer, Mercedes, débil y enfermiza también hablaba poco, escondía su inexistente dentadura propia de su origen, el monte misionero. Defendía a sus hijos con una energía a la que ni Juan se enfrentaba. Así los había salvado de palizas y castigos por fechorías propias de los niños.

Los seis hermanos iban a la escuela con sus remendados delantales impecablemente blancos a la ida, bastante sucios a la vuelta. Las zapatillas conocían los pies de todos ellos ya que pasaban de uno a otro cuando ya apretaban. Los más grandes dependían de la caridad para vestir o calzarse. Generalmente quienes los proveen van de Buenos Aires, Mar del Plata u otros lugares del país. A veces llegan camiones llenos de mercadería que es repartida por los punteros que la entregan a los caciques quienes a su vez se la dan según su parecer, política o religión a unas u otras familias. Es común que alguien se quede con las manos vacías y la mirada triste. Están mal, pero de tanto pasarla mal sin conocer otra forma de vivir la costumbre se hace carne, se arraiga de tal forma que no esperan más de la vida. La resignación de la pobreza, la miseria, la enfermedad sin atender y la historia repetida. La rebelión se paga cara y lo saben. El valor de la vida en esos lugares es relativo.

Tuvieron experiencias, algunas les permitieron a los hermanos saber que hay algo diferente a lo que vivieron desde donde podían recordar. Autos importantes, grandes camionetas, gente que les habla raro y sin mirarlos a los ojos. Les sacan fotos personas bien alimentadas y sonrientes que les dan una bolsa de caramelos y se van del lugar criticando su forma de vivir y sus costumbres.

Si querían algo, lo tomaban y listo. Corrían para no ser atrapados. Se peleaban al repartir el magro botín y cumplían con la única ley que conocían, la de sobrevivir a cualquier precio defendiéndose entre sí. En la comunidad aborigen donde vivían en ese tiempo todos hacían lo mismo por lo que ya eran todos conocidos y entre “los blancos” del lugar había una cierta resignación a los pequeños saqueos que nunca pasaban a mayores. No hay que reprimir pequeñeces para poder cometer maldades gigantescas.

El Chaco profundo, el devastado monte otrora verdaderamente impenetrable es mucho más manso a la hora de lastimar a los intrusos. El cambio climático, el desmonte y los horrores causados por el hombre hicieron estragos y quienes antes eran nómades y vivían de la caza y de la pesca mueren de a poco sin acostumbrarse a la “civilización”. Lo que logran los maestros, verdaderos héroes del lugar lo malogran los políticos y terratenientes verdaderos monstruos angurrientos y saqueadores de riquezas y de almas.

Los seis hermanos tuvieron distinta suerte a lo largo de su existencia. Sólo uno de ellos, el segundo, pudo salir de la gris y pobre vida que les tocó vivir. Sin futuro, los demás se quedaron en la zona haciendo changas e hijos por doquier. Las niñas fueron lo que tenían que ser, madres desde los once o doce años, un hijo cada diez meses, gastadas a los veintitantos años, viejas a los treinta. Sabino, con su habilidad para la guitarra y el canto pudo recorrer el país de la mano de un representante de promesas artísticas. Ganó dinero que malgastó. Nunca triunfó, jamás volvió a ver a su familia, renegó de su pasado y se construyó una nueva vida a partir de recuerdos lejanos que nunca reveló. Murió en Córdoba en un accidente de auto, alcoholizado a más no poder.

Los cinco hermanos siguieron – no pudieron hacer otra cosa – con la vida que les dio el monte. Sin poder entrar al mercado del pueblo porque no aceptan originarios, cambiando artesanías por comida, explotados por los dueños del país, por los criollos y por ellos mismos. Recibiendo dádivas y limosnas de curas y pastores y muriendo como han vivido, pobres, tristes y sin esperanza. Sus descendientes harán lo mismo y quienes los sigan también salvo que alguna vez haya algo más que intenciones por parte de quienes mandan.

 

N del A.  Hay intentos llenos de buenas intenciones que pretenden dar a esos pueblos mejores condiciones, algo más que lástima; herramientas con qué valerse o conocimientos para estimularlos a crecer. Algo más que chamamé, cumbia, falopa o vino barato. Enseñarles que hay otra vida a la que pueden acceder si pelean por ella.

También hay gente del lugar que hace lo que puede con lo que tiene, son los héroes, los patriotas, la buena gente del lugar. Admirables por donde se los mire.

Qué triste suena mi canto dirás lector…y sí…tenés razón. He dado tiempo, sangre y salud por esa gente…he dado – como tantos – vida por ellos. Y no me arrepiento, lo haría otra vez. Me conformo con haber hecho mi pequeño aporte y dado a mis hijos la inquietud solidaria y haberles hecho ver que teniendo respeto y conociendo a nuestros hermanos los podemos ayudar. Sin tenerles lástima sino respeto algún día lograrán ser algo más que mano de obra barata o votos para un candidato ladrón y mentiroso. Podrán ser tratados como iguales que no tuvieron oportunidades y desarrollar lo que se logra con educación, alimento, estímulo y respeto.

 Todo lo aquí vertido es un cuento nacido de la realidad de más de quince viajes solidarios a distintos lugares tanto del Chaco como de otras provincias. Quien quiera corroborar lo descripto no tiene más que hacer un viajecito, ver con propios ojos y sufrir en carne propia cómo viven (¿viven?) nuestros hermanos originarios en 2020.

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