• La tía puteadora

La tía puteadora

Género: Cuento
Autor: Miguel Cotrofe

La Tía Puteadora

 

Ayer partió la tía Paquita. Así, sin más, se fue a navegar otros mares. Cumplió con el destino de casi todos los mortales, nació, creció, nos cuidó, nos divirtió y nos dejó. Porque entre tantas tías, Paquita era la que nunca pasó desapercibida; era la tía puteadora de la familia (en todas las familias hay una), y como tal representaba la diversión en todas las reuniones. Las muchas otras tías eran buenas, pero la Paqui siempre se destacó.

Así como nos inundaba de golosinas nos retaba si se enteraba de alguna macana; lo raro es que todos los primos queríamos que nos llamara la atención porque lo hacía desde un lugar que nuestros padres no tenían; casi nos gustaban sus retos. La hemos visto lagrimear luego de alguna reprimenda, siempre en medio de sus largas puteadas que festejábamos cada vez…y eran muchas. La Paqui, la de las tortas fritas con doble azúcar para los sobrinos; a las chicas les decía…”poca azúcar que se van a poner culonas…”

Así era ella, la que encaraba a una locomotora si era necesario. Quien defendía sus principios (que cambiaba todo el tiempo), la que convertía los dramas en geniales comedias gracias a su particular forma de ver las cosas y nos contagiaba su permanente buen humor.

Nunca tuvo marido, ya de grande formó pareja con un señor que daba inyecciones a domicilio, así se conocieron. A los sobrinos no nos gustaba ese señor porque la hacía callar, eso nos molestaba porque en esos casos le cambiaba la expresión, entristecía. Ella, la campanita de las reuniones no puteaba cuando estaba la abuela presente, si no se armaban unos líos bárbaros.

¡Jesús, María y José…! Ese era su saludo cuando nos veía, y nos hacía la señal de la cruz en la frente. Nos daba besos pegajosos, sí, pero sus abrazos eran insuperables. Compinche de todas nuestras macanas siempre, de adolescentes nos daba recomendaciones que harían poner colorado a un muerto.

Paquita, la tía puteadora se fue para siempre. Nos dejó sin que nadie supiera su edad. Mentía tanto al respecto que ni sus hermanos sabían cuándo había nacido. Los trámites funerarios se demoraron por eso y se pudo resolver gracias a “contactos” de la familia.

Yo la recuerdo bien. Detrás de su alegría y su desparpajo había algo más. Era divertidísima pero sus ojos no podían ocultar una tristeza antigua, ancestral. Ella era capaz de dar sus manos y sus ojos si a alguien le hacían falta. Siempre en disposición para quien la necesitara. Necesitaba que la necesiten, no vivía en paz si no estaba ayudando; nos mudábamos y ¿quién estaba para dar una mano…? Paquita, claro. Algún familiar o vecino se enfermaba y ¿quién estaba ayudando…? la Paqui por supuesto. Noches enteras pasaba en el hospital del pueblo cuidando a quien iba a cuidar y a quienes estaban cerca. Nunca trabajó ni tuvo hijos, su infinito amor lo dio a sus padres, hermanos y sobrinos. Una vez me confió mi papá que le parecía que la tía puteadora se había hecho cargo de todos los dolores de la familia y que su alegría no era otra cosa que un escape de su realidad.

 Hablaba y hablaba de cualquier tema, se metía en las conversaciones, interrumpía a cualquiera… lo llamativo es que a nadie le caía mal. Todo el mundo la quería y la buscaba para charlar. Hasta donde yo sé, jamás criticaba a nadie y escapaba de los chismes. Eso sí, era muy graciosa e imitaba muy bien a sus amigos y parientes.

Así como eran famosas sus tortas fritas lo eran sus carcajadas que, como dije, ocultaban una profunda tristeza. A mis primas las cuidaba como hijas y creo que fue ella quien las educó en “esos temas”. Mientras escribo esto me vienen a la memoria su imagen y sus puteadas; no puedo evitar unos lagrimones y una sonrisa. Usaba un mantón que según ella estaba ¡bendecido por el Papa…! Una de sus tantas locuras. Debajo de ese poncho negro y rojo con flores bordadas ocultaba la infaltable bolsa de golosinas con las que nos agasajaba cada vez que la veíamos.

Rezaba el rosario todas las tardes, de rodillas. No importaba quien estuviera en su casa, al atardecer se retiraba a su cuarto y cumplía con su cotidiano orar. De ahí aprendí lo que significa para muchos “a la oración”. Cuando salía estaba más tranquila y silenciosa, en paz. Esto le duraba muy poco porque siempre había un motivo para reír o putear.

Así era Paquita, la vamos a extrañar, su simpatía y bondad eran tales que cuando no las pudo entregar a nadie más, se fue. Sus últimos años los pasó en un hogar para ancianos, allí también se destacó, era la mimada de sus cuidadoras. Ayer la fueron a despertar de la siesta para tomar el té y no respondió; sonó el teléfono que nadie quería atender y nos fuimos comunicando la noticia que nadie quería escuchar. Ciento dos años de puro amor nos dejaron indeleble huella.

¡Ayyy…Paquita…! los recuerdos de nuestra infancia y juventud nunca estarán completos sin tus ocurrencias y locuras. Cuando pase el tiempo y nos encontremos en familia nadie te va a llorar porque seguramente desde donde estés nos vas a putear cariñosamente y nos pedirás que riamos y festejemos. Y así será, el mejor homenaje a quien siempre necesitó que la necesiten. Nunca sabremos qué se ocultaba tras esa máscara, tal vez nos lo cuentes cuando estemos juntos “del otro lado”.

 

 

Aquí se juntan los recuerdos de varias tías y bastante fantasía de mi parte.

Julio de 2023

 

 

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