LA MESA 4
El bar sólo tiene ocho mesas y una barra generosa para el tamaño del local. Su ubicación cerca de la Terminal Vieja y su antigüedad lo transforman en referencia histórica de la ciudad. Pasó de mano en mano entre algunos miembros de la familia del fundador, un inmigrante portugués quien lo abrió allá por 1915. Luego por desinteligencias, deudas y los vaivenes de la economía del país fue vendido varias veces. Actualmente está en manos de un matrimonio joven con idea de convertirlo en cervecería, el negocio de moda.
Las mesas son cuadradas, macizas, pesadas y están diseñadas para que se sienten a su alrededor cuatro personas. Tienen más de un siglo de vida y se mantienen intactas; su solidez es la que le dio su constructor, la misma que tenían sus principios. Sólo cambiaron el tinte de su barniz en varias oportunidades hasta que hace unos años les aplicaron laca transparente. Así, cada mesa luce diferentes claridades y oscuridades en su superficie. Por ella se deslizan tazas de café, vasos de vino, whisky o lágrimas según la hora y la ocasión. Ya no más las otrora típicas picadas del “vermú con platitos”. Hace mucho también se deslizaban los ceniceros triangulares de lata con la publicidad de Cinzano o los redondos con la de Fernet Branca. La barra tiene lo suyo, en uno de sus extremos se jugaba a los dados y con disimulo se pactaba la apuesta; orgullosa presume ante las mesas por su suave y verde superficie que permitía deslizar los dados sin que se oyera el mínimo sonido.
Tanto pasar gente por el lugar y escuchar historias - algunas verdad - otras mentira, las mesas forjaron cada una su personalidad. Suena raro, pero es así. Cualquiera lo puede percibir sentándose a una de ellas. Lo mismo la barra que ha visto pasar tantos alquimistas de los tragos como artistas cafeteros. Toda una orquesta dirigida por el propietario de turno.
La mesa 4, ubicada al lado de una vidriera, sobre la calle arbolada siempre fue taciturna y porqué no, filósofa, conocedora de la gente y sus emociones, sabia y poco tolerante. Claro, ya perdió la paciencia y para estimularla es necesaria mucha energía. Diríamos que es la malhumorada del bar. La melancólica, tanguera y escuchadora. Se lleva bien con sus compañeras aunque mantiene su reserva y sólo comparte con ellas lo que quiere. Así, rara vez cuenta secretos de aventuras “de esas” o algunos planes que en ella se tramaron para que alguien posea lo que otro deja de tener.
Esta mesa es un poco soberbia y se enorgullece de ser la elegida cuando por las tardes de sol goza de la sombra del gran plátano en la vereda. Algunos habitués del lugar la prefieren porque cuando alguien se asoma desde la puerta de entrada no se la puede ver. Por supuesto gentes que prefieren intimidad, soledad o simplemente poder observar sin ser vistos, con un ojo puesto en la salida de emergencia.
Por debajo de las mesas de aquel bar han pasado casi tantas cosas como por arriba de ellas. Papelitos con teléfonos o direcciones, cheques, sobres o paquetitos con contenido diverso. También se han escrito cartas de amor, de despedida o consuelo. La mesa 4 no tiene un enchufe cerca por lo que no la eligen quienes deben conectar sus computadoras y prefiere entregarse a bohemios antes que a laburantes. Por eso tiene esa poesía intrínseca y acercadora, el encanto que le da la suma de historias que se tejieron a su alrededor. Charlas íntimas y confesiones la han cargado de emociones e incluso vibra con ciertos recuerdos, no olvidemos su edad. Cientos de mazos de cartas se gastaron sobre su superficie en la época en que se permitía el juego en los bares. Nunca ni ella ni sus compañeras tuvieron tapete ya que los dueños no quisieron convertirlas en mesas de cartas, prefirieron dejar que por ellas siguieran pasando vasos, tazas, botellas y platitos. Las centenarias baldosas saben todo lo que pasó, pero jamás rompieron el silencio, serían compinches hasta el final.
Así es la historia del bar, todos los elementos que lo componen tienen vida y se comunican a su manera claro está; y viven, igual que la barra. Saben que algún día serán chatarra y las descartarán salvo que algún nostálgico las rescate y pasen a formar parte de otro lugar. Y seguirán filosofando al compás de los parroquianos.
La 4, mi preferida y a la que me siento siempre que está desocupada tiene una particularidad, me genera confianza y me inspira al rato de estar con ella. Muchos pensamientos, lecturas y charlas importantes en mi vida transcurrieron en su compañía. Espero que el proyecto cervecería se atrase lo más posible así no pierde el encanto que tienen las mesas de los bares de barrio y egoístamente pueda sentarme y tocarla con respeto, casi con cariño y deslizar suavemente sobre ella el vaso, la tacita, la botella y por qué no…alguna lágrima.