• Ese día en ése café en esa ciudad

Ese día en ése café en esa ciudad

Genero: Cuento
Autor: Miguel Cotrofe

ESE DIA EN ESE CAFÉ EN ESA CIUDAD

        El frío, la humedad y el cansancio me llevaron a entrar en ese café lejos de mi ciudad, de mi país y de mi continente. A pesar de ser apenas las cuatro de la tarde era casi de noche y la poca gente que andaba por la calle eran seguramente turistas como yo o locales que retornaban a sus hogares.

        Estaba tranquilo y contento conociendo esa ciudad en época invernal ya que venía del verano en mi país cumpliendo un viejo sueño. Lejos, muy lejos y con un idioma y paisajes totalmente diferentes.

        Luego de cargar el pesado equipaje hasta allí pasando por varios aeropuertos y estaciones de tren al fin utilicé la gruesa ropa de invierno y pude estrenar los borcegos comprados para la ocasión. Caminé como me dijeron desde la estación hasta el hotel. Entendí que eran seis cuadras, lo que no sabía era que había que casi escalar las que subían y frenar hasta con los dientes las que bajaban. Sumado a eso la nieve y el hielo hacían más difícil mi camino. Pero estaba feliz y nada me molestó. Me registré en el hotel, subí una escalera de caracol con mi mochila y mi maleta y entré a la habitación. Pequeña, muy bien calefaccionada, con una ventanita desde la que se veía una angosta calle, parte del pueblo y a lo lejos una nevadísima montaña.

        Me tranquilicé un poco al saber que estaba en mi destino, me relajé lo suficiente como para comenzar a disfrutar los próximos quince días como me lo había prometido. Tal vez por eso mis sentidos se ampliaron y comencé a oler las especies que con su presencia daban el presente en la cocina del lugar. Después de varios días de comida de viajero me dieron ganas de comer en serio. Así que me duché (qué placer), me cambié de ropas y bajé con la intención de buscar un restaurante cercano.

  Entregué la llave en la Recepción y me acerqué a la puerta, pasé el cancel y al asomarme a la calle ví la terrible tormenta de viento helado cargado de nieve. No, me dije, hoy no. Estaba muy cansado para pasar la experiencia y no la iba a disfrutar. Me ubiqué en el pequeño bar del hotel dispuesto a otra comida en solitario, papas fritas, hamburguesa y cerveza del lugar; me sorprendió la camarera cuando me ofreció un plato del guisado con especias que olí desde mi habitación. Debo decir que necesité dos panes para dejar el plato como recién salido del bazar. Así, bien comido y habiendo disfrutado el momento me fui a dormir pensando en lo que tenía planeado para el día siguiente, me arropé con el edredón de plumas y me dormí en el acto.

Desperté alrededor de las diez de la mañana seguramente por el cansancio acumulado y bajé a desayunar porque tenía hambre, mucha hambre. Llegué de los últimos al comedor y con gran tranquilidad me serví diversos alimentos; algunos conocidos, otros no. Igualmente, todos extraños para mi costumbre de mate amargo y alguna fruta. Y así salí a la búsqueda de mi aventura, de mi sueño y tal vez de mí mismo. ¿Podría encontrar lo que tanto había buscado…? Sabía de sobra que todo está dentro de uno mismo, pero tenía que hacer la experiencia.

Un buen trabajo y una reciente ruptura de pareja me habían dado el empujón necesario para hacer lo que creía que jamás emprendería. Por eso en vez de llorar o lamentarme y aprovechando los días de vacaciones decidí viajar. Fui a una agencia de viajes y armé el itinerario, cambié las millas de la tarjeta y cuando quise darme cuenta estaba en un avión rumbo al viejo mundo.

Antes de salir estuve un rato al lado de la enorme y antigua salamandra jugando con el gato del hotel. Cerca del mediodía salí a recorrer el primer destino elegido abrigado para la ocasión, con ojos ansiosos por ver, el corazón alegre y con ganas de vivir nuevas emociones.

Todo, todo era nuevo, diferente, disfrutable y atrapante hasta en los detalles. Caminé por esas calles angostas y llenas de nieve admirando vidrieras pequeñas en negocios pequeños con gente dispuesta a atender a los clientes. Recorrí la feria donde se podía encontrar todo lo necesario para cocinar, adornos y chucherías para regalar. Había mujeres lugareñas s regateando por el precio de las plantas para sus jardines invernales, vendedores de artesanías que pregonaban alegremente sus productos (algunos Made in China) junto a quienes ofrecían antigüedades, filatelia, discos viejos y diversas monedas de escaso valor. Pasé por innumerables cafés y restaurantes desde los que salía el inconfundible aroma de comidas de invierno, ciertamente tentador y estimulante. Recorrí un parque a orillas del río, unos jardines espléndidos y floridos a pesar del frío, me interné en un museo arqueológico y paseé de punta a punta la calle principal, aproximadamente cinco cuadras irregulares. Fue muy divertido pasear entre gente de distintos lugares y escuchar un montón de idiomas. Ver alegres vestimentas de brillantes colores y escuchar las risas estridentes de los esquiadores que bajaban de las pistas.

        Ví la hora en un hermoso reloj en la torre del ayuntamiento; eran las cuatro de la tarde y ya casi de noche. Busqué un lugar donde tomar algo y unirme a alguno de los numerosos grupos que se divertían en los bares y cafés, atestados a esa hora. Caminé un rato pispeando las alegres callecitas perpendiculares a la principal y tardé en decidirme porque cada lugar era más bonito que el otro.

Finalmente me decidí por un antiguo bar donde había un enorme fuego en el medio y mesas, mesitas y sillones alrededor, casi todo ocupado por alegre y bulliciosa gente. Indudablemente turistas distendidos con ganas de divertirse, igual que yo. Pude escuchar incontables idiomas y contagiosas risas. Me dirigí hacia la barra con forma de L, antiquísima, de madera lustrada y bronce brillante para tener un panorama de todo el local. A medida que pasaba por el local advertí miradas y gestos que me hicieron saber que mi elección había sido acertada.

Enfrenté a la barra por el centro, pero decidí – tal vez mi timidez – a ir hacia la punta, más discreta. Justo en el momento en que giraba me crucé con una mirada especial, dos hermosos ojos que se clavaron en mí por fracciones de segundo. Nos reconocimos enseguida, sin lugar a dudas. Ella siguió su charla y yo mi camino hacia la barra, pero el efecto fue estremecedor. Creo que si no me siento allí mismo me caigo. En un lapso tan breve se me dio vuelta el mundo. Se agolparon los recuerdos y los sentimientos. Mi primer amor. Cuando nos despedimos en buenos términos hace al menos ocho años nos auguramos volver a vernos en algún momento, en algún lugar.  ¿Pero, allí…? ¿Qué hacía ella en ese lugar…? Se la veía muy feliz…debo decir que me las rebusqué para observarla discretamente; acompañada por un señor y dos niños que se le parecían mucho. ¿De vacaciones…? Sus buzos con leyendas de una escuela de esquí me indicaron que tal vez ahora viviese en esa ciudad. Moría por acercarme, pero me contuve.

El barman me tuvo que preguntar dos veces qué iba a tomar, yo estaba en otro mundo. Veía a través de la vidriera cómo caía la nieve, a la gente pasar cubriéndose del gélido viento, oía voces, murmullos y música pero como si estuviera dentro de una esfera suspendida en el aire. ¿Cómo olvidar todo lo vivido con ella…? Ahora caigo en la cuenta que fue en mi vida mucho más de lo que pensaba. Y sé que también lo fue para ella. Varias veces volvieron a cruzarse nuestras miradas. Fugazmente, como sin querer. Al menos yo podía abstraerme de todo y recordar, ella tenía seguramente que disimular, apostaría que le pasaba lo mismo que a mí. 

Bebí lentamente lo que me sirvió el barman, no recuerdo qué era. Se me acercó una chica muy bonita, alegremente y sin pruritos me invitó a la mesa que compartía con otra gente. Eso precisamente era lo que había ido a buscar del otro lado del mundo, lugares soñados, gente nueva y sin compromiso, diversión…y allí lo tenía servido en bandeja de plata. Pero pedí la cuenta, decliné la invitación y me dirigí hacia la salida.

¡Pasé lo más cerca posible de la mesa de…cómo llamarla…mi ex…! Busqué sus ojos descaradamente pero no tuve la respuesta esperada. Salí al frío que no sentí, al viento que no me molestó y a la nieve que me acarició.

Caminé un rato largo pensando que lo que pasó, pasó. Que la vida sigue y que los recuerdos pueden gustar, pero no alimentan. Había llegado tan lejos para encontrar ¿qué? ¿Recuerdos de una etapa muy feliz de mi vida…? Y me convencí que por más lejos que se vaya, todo está dentro de uno mismo. Supe además lo que cabe en una mirada…

Todo, ese día al salir de ese café en esa ciudad.

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