• El día del Guerrero

El día del Guerrero

Género Cuento
Autor: Miguel Cotrofe
Año: 2020

EL DIA DEL GUERRERO

 

 

Poco antes de la salida del sol el gran guerrero abrió lentamente los ojos sabiendo que ése era su día. Lo presentía y como siempre hacía caso a las señales que se le presentaban tenía la seguridad de que así era. Tiempo atrás había percibido que su hora se acercaba, que la iluminación estaba próxima; y se había preparado para ese momento tan especial entre los hombres de su tribu. Tal como lo había predicho el chamán, cuando los astros se alinearan favorablemente para ellos, él iniciaría a su sucesor.

Respiró hondo y comenzó los rituales diarios sabiendo que al finalizar el día sería otra persona, se habría convertido en otro ser, más sabio y prudente; tendría el poder de transformarse como lo deseara o lo necesitara. Por sobre todo habría adquirido el conocimiento de sí mismo, el más potente de la Naturaleza; años le llevó esa preparación.

Alertó sus sentidos para conectarse con su entorno. Olió y escuchó con paciencia analizando al detalle todo lo que le llegaba. Permaneció inmóvil disfrutando la serenidad de esa hora tan especial en la que el reino de la noche se retira y da paso a la algarabía del despertar. Sonrió con paz, como adivinando las travesuras que habrían ocurrido durante la cómplice oscuridad.

El guerrero, consciente de la importancia del momento, recurrió a su memoria ancestral para no dejar nada librado al azar. Repasó mentalmente los momentos clave de su vida comenzando por revivir el momento de su llegada a este mundo. En fracciones de segundo le llegó la información de sus vidas pasadas y vio con claridad la evolución que había logrado. Definitivamente era su día, el momento que no podía dejar pasar.

Sabía que al salir al claro del bosque y lanzar su flecha no habría vuelta atrás. Lo acompañaría su animal de fuerza para darle ánimo y alegría. No dudó ni un instante, para eso había trabajado sin descanso con el chamán de la tribu. De él recibiría los dones y poderes; sería el viejo hombre quien lo iniciaría en las artes de la sanación y le entregaría las llaves de la sabiduría. El anciano, el hombre más respetado de la tribu lo había elegido el mismo día de su nacimiento. Dijo a sus padres que las señales llegaban con ese niño de piel cobriza y ojos rasgados. Creció como los demás e hizo las mismas travesuras, aunque se diferenciaba por sus silencios y abstracciones. A veces se alejaba del resto y pareciera que también de este mundo. Se sentaba debajo de un viejísimo árbol, entrecerraba los ojos y se lo oía murmurar, ¿con quién se conectaría…? Hoy lo iba a saber.

Su vida transcurrió normalmente como la de los jóvenes adquiriendo las habilidades necesarias para su supervivencia y la de su   gente. Se destacó por la certeza en el uso del arco y la flecha. Y justo hoy iba a lanzar la última de esta vida; se adentraría en la paz, la serenidad y la meditación. Precisamente hoy, el día elegido por el chamán por la conjunción de estrellas que fulguraban en el cielo. Lo pasaría en ayunas, meditando en soledad hasta el atardecer cuando en perfecta armonía con el Universo diera el paso trascendental. No tenía dudas ni inquietudes y estaba seguro de poder cumplir con las expectativas depositadas en él. No sabía lo que es el orgullo, pero lo que vibraba en su pecho no podía ser otra cosa. Estaba tranquilo y decidido porque confiaba en las tradiciones sabiendo que todo era como tenía que ser. Había aprendido a tener fe.

La gente de la tribu lo miraba con admiración y consideraban la juventud del futuro chamán; pronto lo pondrían a prueba.

El día se presentaba frío y ventoso, la nieve caía por momentos tan fuerte que enceguecía, cada uno hacía lo suyo, el guerrero también. A medida que transcurrían las horas sentía cómo la purificación que venía haciendo desde hacía cuatro lunas se notaba en su cuerpo y en su espíritu. Sentado bajo el viejo árbol iba adentrándose en un estado que jamás había experimentado. Sentía algo a su alrededor que no podía ni quería definir, pero cuando después de mucho tiempo contaba sus historias decía que era como que se expandía y se contraía. Sus brazos se alargaban y se acortaban igual que su cuello. Contó también que se sentía volar a una velocidad tal que podía unir mundos son sólo desearlo.  Inspiraba enorme cantidad de aire al respirar y al soltarlo se deslizaba hacia atrás. Sin embargo, quienes lo vieron en esos momentos dijeron que permanecía en absoluta inmovilidad; sus ojos entrecerrados y el torso desnudo daban una imagen que nadie pudo olvidar. Se lo veía en contacto con algo más allá de lo natural.

Su mente divagaba por diversos estados en un constante ir y venir por el tiempo y el espacio. Sabía que al llegar a un determinado punto debería detenerse. La exacta conjunción de los astros le indicaría el momento de lanzar su flecha. No podía ser antes ni después. Y según el chamán le había advertido sentiría en medio de su pecho la señal; comenzarían una serie de hechos que al confluir lo pondrían en el lugar y el momento preciso. El único que viviría en toda su existencia.

Así, poco antes de esconderse el sol experimentó una sensación de liviandad tal que podría decirse que flotaba en el aire mientras percibía imágenes extrañas para él. Veía a su pueblo desde una perspectiva lejana, los bosques helados donde transcurrió su niñez, las tiendas hechas con cueros, las noches en vela cuando acuciados por el hambre acechaban los lobos, los nacimientos tan festejados y los ritos funerarios cuando moría alguien. Especialmente recordó su lucha con un oso que lo tomó por sorpresa y tan sólo con una lanza corta. Lo salvaron su agilidad y el certero lanzazo en el corazón del animal. Las cicatrices perduraron para siempre.

También vio ríos de sangre, sufrimiento y dolor. Vio guerras y matanzas por territorios, salvajes incursiones de otras tribus y de la suya misma que para sobrevivir tuvo que actuar con decisión frente a los ataques y al odio con que se llevaban a cabo las batallas. También vio agradables escenas en las que participaba y una entre todas le llamó la atención,  la elección de nuevas plantas con las que se alimentaban y unas chozas muy diferentes en las que se protegían del frío durante las noches. Estaba viendo el futuro y lo aceptó. Sabía que parte de su trabajo sería ése, ver y anticipar. Así estuvo, en medio de sus visiones sin tiempo hasta que dejó de percibirse a sí mismo. Su abstracción total de todo lo que lo rodeaba y sentir que era la mínima expresión del Universo le indicaron que el momento había llegado.

Los días previos los había dedicado a buscar su mejor arco al que le puso una nueva cuerda; recorrió el bosque cercano para encontrar la rama más recta para confeccionar su flecha, la pulió con piedras cada vez más finas para darle un perfecto acabado. Con el hueso de la paleta de un oso hizo la punta, liviana porque no era para cazar sino para guiar la flecha lo más alto y lejos posible; para que lleve la dirección correcta eligió con delicadeza dos plumas de águila, su animal de fuerza. Luego de unir las piezas estuvo casi un día para balancearla, tenía que tener la longitud perfecta, el peso adecuado y encajar en la cuerda del arco con precisión. Cuando estuvo conforme pasó una noche al lado del fuego haciendo la ofrenda, su flecha y su vida.

Desconocía cómo se daría cuenta del llamado, pero cuando llegó el momento no pudo ignorarlo. Lo invadió una profunda inquietud y sintió tambores en su pecho. Era la oportunidad; después de tanto esperarla estaba frente a ella. Tomó un cuero, el arco con su flecha y partió. A poco rato de caminar por el bosque llegó al lugar elegido por él y el chamán. Se sentó sobre el cuero y comenzó su oración; fue breve, ya todo estaba hecho. Respiró hondo y se paró ante un espacio limpio, blanco de nieve y sin arboles al frente. Los tambores en su pecho retumbaban con más fuerza. Buscó el este, el lugar por donde sale el sol y afirmó sus pies. Con la certeza de estar cumpliendo con su destino desplegó el arco, colocó la flecha y apuntó al cielo.

A medida que tensaba la cuerda también se tensaban sus músculos, cada vez más intensamente. Se notaban debajo de su piel. Iba adquiriendo una postura admirable, cuanto más se concentraba más se advertía la perfección de la actitud en posición de lanzar la flecha; sus piernas parecían dos columnas sobre las que se apoyaba. Inmóvil, sólo respiraba, su cuerpo parecía parte del paisaje, uno con la Naturaleza. Permaneció en ese estado de superconcentración, percibiendo el latido de la tierra. Mantuvo la cuerda estirada al máximo durante unos segundos y soltó la cuerda.

Sintió que una parte de él se iba con la flecha, a una increíble velocidad voló con la misma aunque su cuerpo estaba tan firme como antes del lanzamiento. Era su espíritu el que buscaba el espacio, el universo. La quietud en la que permanecía lo hacía sentir paz, grandeza. Tenía la sensación de estar y al mismo tiempo no estar en el bosque. Percibió numerosos ojos de distintos tamaños y formas que lo miraban. Sabía – porque los había visto – que los elementales rondaban todo el tiempo y ahora eran testigos mudos de su viaje.

Y penetró en espacios desconocidos, atravesó mundos, vio los lugares y seres de los que le había hablado el chamán. De éste, le pareció ver una sombra que estuvo a su lado todo el tiempo. Aspiró el aire con fruición, estiró los brazos y se dejó llevar, en un momento lo inundó la sensación de estar en más de un lugar a la vez. Escuchó sonidos extraños y descubrió perfumes, todo su ser estaba adquiriendo a velocidad descomunal conocimientos que, sabía, iban a ser de gran utilidad cuando finalmente fuera el chamán de la tribu. Su conexión con todo lo que estaba viviendo era total. Cuando su viaje se fue haciendo más lento comprendió que era el final del viaje y que durante el regreso todo lo que había visto y aprendido quedaría grabado en él para siempre. No obstante vagó durante un buen rato disfrutando y absorbiendo todo lo que lo rodeaba, ese viaje sería el iniciático, nunca más haría otro igual. Los otros serían los que ya había experimentado muchas veces, idas y vueltas acompañando a quienes lo requerían.

Nunca supo cuánto tiempo estuvo fuera del tiempo y del espacio. Cuando creyó estar de vuelta abrió los ojos y movió lentamente sus extremidades. No vio ni sintió nada, se tocó el rostro y palpó su pecho y abdomen. Nada. Tuvo la paciencia necesaria para esperar y dejar fluir. Poco a poco comenzó a recuperarse y se sentó en el cuero. Su cuerpo helado retomó lentamente los movimientos hasta que pudo pararse y caminar lentamente, en círculos al principio, alejándose después.

No estaba lejos de su tribu y comenzó el camino de regreso. Mientras caminaba recordaba los hechos de ese día, en especial su viaje tras la flecha. Sabía que había ido y vuelto en un lapso que no podía determinar, por la sed y el hambre le parecieron días, sin embargo, sólo pasaron unas horas. Cuando partió apenas oscurecía, ahora era noche cerrada. Conocía muy bien el camino por lo que no tuvo inconvenientes en andarlo sin tropiezos aunque no sentía ningún apuro por llegar. Disfrutaba la experiencia y se sentía enriquecido, ansioso por hablar con el chamán y contarle sus vivencias.

Cuando bajaba la colina, llegando al campamento de la tribu notó movimientos poco habituales. Desde lejos no advirtió de qué se trataba, notó sí, que la fogata era más grande, llamas altas, gran chisporroteo y el olor de una madera que sólo echaban al fuego en raras ocasiones. Al acercarse comprendió todo. Estaban preparando la despedida del viejo chamán, supo al instante que al partir él tras la flecha lo mismo hizo su mentor, pero para no regresar.

Lo embargó una gran tristeza ver el cuerpo sobre una pira funeraria rodeado de sus ornamentos y sintió que le caía encima toda la responsabilidad heredada junto a los conocimientos y a la sabiduría adquirida. Era su destino y estaba dispuesto a cumplirlo.

Junto con la noche le llegó un gran cansancio que lo hizo dormir  muchas horas al cabo de las cuales despertó sintiéndose distinto. Percibió una gran fuerza, deseos de accionar y sobre todo una claridad mental que nunca había tenido. Supo que con sólo dedicarse en pleno a una tarea o un problema lo resolvería con facilidad. Cada hora que pasaba era una revelación que se agregaba a todo lo que había vivido en su viaje iniciático. En principio se sintió abrumado pero su nuevo estado le permitió aclarar las ideas rápidamente y así comenzó su “nueva vida”.

Escuchaba a los suyos, los aconsejaba, los curaba y los sanaba. Era muy querido por todos y su dedicación era completa, la tribu le proveía sus necesidades materiales y él correspondía con su notable saber.

 Transcurrió así muchos años, migrando con las estaciones y las invasiones hasta que un día le llamó la atención un niño en quien se advertía algo diferente. Muy concentrado y observador, más callado que el resto. De inmediato se disparó el recuerdo de sí mismo cuando supo que el chamán se había fijado en él. Día a día fue acercándose y mantenía largas charlas sobre distintos temas; a medida que transcurría el tiempo se acentuaba la certeza de que ese niño sería su sucesor y comenzó así un nuevo ciclo en la vida de la tribu. El ahora adulto chamán envejecería cumpliendo con sus tareas y además preparando a quien lo seguiría cuando estuviese listo.

Una vuelta más de la vida, una vuelta más del saber…

 

 

Mar del Plata, fines de 2020.

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