• El cuadro vacío

El cuadro vacío

Género: Cuento
Autor: Miguel Cotrofe

EL CUADRO VACIO

La primera impresión fue de desconcierto, aunque debido al cansancio del día, no hizo mucho caso. Pero luego de una copa de vino, un rato de relax en su sillón favorito y algo de Vivaldi en el ambiente se dio cuenta. Le pareció raro, sí, pero no se sorprendió. Casi como si lo hubiera estado esperando.

Se incorporó, volvió a mirar esta vez detenidamente y comprobó que era cierto; sin ningún temor se centró en sí mismo y analizó la situación. El marco estaba en su lugar, correctamente colgado donde siempre, pero la imagen no estaba. Se acercó y notó que la tela también estaba. Faltaba la imagen.

Pensó en el origen de ese cuadro y recordó con emoción que había sido un regalo de sus ex compañeros de facultad cuando decidió irse a trabajar al extranjero. Instantáneamente revivió las emociones que lo embargaron el día de la despedida. Las fotos, los consejos (ninguno sano), los abrazos y las infaltables anécdotas junto a las promesas de visitas algún día. Le causó gracia que ante la inminencia de un largo viaje le regalaran un cuadro – una reproducción en realidad – de primera calidad y con certificado. Enmarcado con muy buen gusto, no dejaba de ser un gran trasto a trasladar. Supuso que había sido idea de Andrés, el bromista del grupo y con la intención de hacerlo cargar con una pieza de grandes dimensiones sólo para molestarlo.

Recordó también que para justificar a su amigo se hizo a la idea de que cada vez que viera esa bella imagen vendrían a él sus amigos, compinches y colegas. Sin dudas había sido el mejor regalo ya que cada día le hacía recordar a aquella banda de forajidos a los que podría recurrir en cualquier momento.

Miró a su alrededor como buscando algo, tratando de encontrar alguna pista. Nada. Observó el resto del ambiente y todo estaba en orden. Sacó los libros de la biblioteca, los revisó y reordenó sin encontrar la imagen perdida. Detrás del cuadro en cuestión tampoco, igual que en los otros cuadros.

Se entusiasmó con la búsqueda, le divertía el trabajo, tanto que su cansancio desapareció y se sintió lleno de energía, contento y animado. Durante su búsqueda pensaba muchas cosas a la vez, analizaba ese estado de ánimo desconocido hasta entonces y se sintió muy bien, cómodo y relajado. Por momentos le parecía estar flotando y creyó que de proponérselo podría atravesar las paredes.

De pronto tuvo un hambre poco habitual, diferente al que solía calmar abriendo latas o vaciando el freezer. Era una sensación rara, de hambre placentero como anticipando una gran fiesta. En un instante sus sentidos se llenaron de imágenes, sonidos y recuerdos de exóticos paisajes con sus correspondientes vivencias gastronómicas. Cuando cayó en cuenta de la hora advirtió que era muy tarde; habían pasado horas desde que llegó y encontró el cuadro vacío, sin imagen.

Se sentía maravillosamente bien, desde tiempo atrás que no estaba tan relajado y con la sensibilidad a pleno captando al detalle hasta las mínimas vibraciones de todo cuanto lo rodeaba. Seguía con su música, ese concierto lo había escuchado tantas veces que sabía de memoria cada movimiento, cada frase musical. Pero en ese momento escuchó sonidos que antes no estaban allí. Podía distinguir con más claridad las notas de cada instrumento, cada intérprete tocaba para él. Se sentía el director de la orquesta, más aún, se sentía dirigiendo su propia obra. Todo al mismo tiempo.

Así siguió durante horas, cuando se fue aquietando su espíritu le comenzó a pesar el cuerpo y cayó en un sopor que lo llevó a desplomarse en su sillón favorito.

Allí comenzó su verdadero viaje.

Recostado, relajado, desinflado, noqueado; la mente lúcida e implacable, así se entregó a ese estado sublime. Sus sentidos plenamente exaltados. Fijó su vista en el cuadro objeto de su desvelo y le surgió la más amplia y feliz de las sonrisas, se relajó aún más. Perdió la noción de su cuerpo, dejó de sentirlo y era sólo conciencia, esencia, pura humanidad e intimidad. Permaneció en ese estado desconocido para él durante horas; recordó o mejor dicho revivió toda su vida, desde el vientre de su madre. Era tan vívida la experiencia que por momentos iba y venía para aprovechar más. Sentía que se movía sin salir de su sillón.

Disfrutaba cada momento, gozaba intensamente cada segundo transcurrido. Etéreo e inmaterial dejó a su mente vagar por donde quisiera sin intentar ningún tipo de control. Ganó confianza en sus nuevas habilidades y fuerzas y aprovechó sin culpas para vagar por el tiempo y el espacio.

En un momento decidió ubicarse en el cuadro. Dejó de ser un espectador para convertirse en el personaje principal del mismo. Al instante recordó cómo era mirarlo desde afuera, brillos tenues sobre un fondo brumoso y sobre el lado izquierdo el perfil de un hombre, él mismo; facciones suaves, sonrisa que trasuntaba paz y mirada al infinito. Justamente allí se sentía, vagando sin moverse por todo el universo. Podría decirse que había algo de despedida en el conjunto. Armonía y redondez, naturaleza y humanidad, un poco de todo, mucho de nada en especial.

En un momento giró sobre sí mismo para verse en el cuadro y percibió olores y colores, vibraciones desconocidas. Respiraba el paisaje, entraba y salía con seguridad y sobre todo con placer por lo que estaba viviendo. Le asombró ser parte de un cuadro, pertenecer a él. Había cobrado vida y lo que no veía desde afuera podía apreciarlo desde dentro mismo del cuadro; así se dio cuenta de la cantidad de cosas que había allí. Imposible imaginarlo sin estar en su lugar, objetos desconocidos, seres extraños aunque amables con él. Las imágenes se sucedían a una velocidad vertiginosa pero aún así, podía comprender todo, asimilar hasta el mínimo detalle. Cuando sonaron melodías ancestrales bailó a su compás. Por momentos se cansaba y volvía al sillón y miraba al cuadro…no había imagen. Tan sólo el lienzo blanco colgaba de la pared.

Estaba entredormido cuando vio el rostro de su padre sonriendo desde el cuadro. Saltó hacia él y para su sorpresa pudo abrazarlo y apretarlo con fuerza contra su pecho. Era una sensación física muy fuerte, real y placentera.

Cuando lo encontraron hacía unas horas que estaba muerto. El forense con cara de asombro dijo que era la primera vez en su dilatada carrera que podría asegurar que alguien había muerto “de placer” …tal era la placidez en la expresión del rostro de nuestro personaje.

Nadie reclamó su cuerpo ni sus pertenencias. Los peritos no pudieron determinar cómo fue que había desaparecido la imagen del cuadro al que miraba fijamente Roberto en el momento de morir. Decidieron no escribirlo en su informe.

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