Hace mucho tiempo paseando por un pueblito de una pequeña isla griega vi un árbol y me detuve para disfrutar de su sombra. Rodeado por una verja y con un banco circular a su alrededor daba fresco a los caminantes que como yo sufríamos el calor del mediodía.
Era un árbol y daba sombra como todos los árboles; me llamaba la atención que cada tanto paraba un bus con turistas que mientras escuchaban las explicaciones del guía tomaban fotografías del árbol en cuestión; en idiomas diversos, algunos indescifrables. Tratando de entender de qué se trataba prolongué mi descanso hasta que llegó una guía que hablaba español y paré la oreja. Resulta que debajo de ese árbol hace muchos años se sentaba un famoso filósofo a dar charlas a sus seguidores. Allí se hablaba, se debatía y se sacaban conclusiones que según informaba la señora hoy en día formaban parte de numerosos libros. Repitió algunas frases e ideas que supuestamente había expresado el mencionado filósofo, respondió preguntas de los turistas, subieron al bus y siguieron viaje.
Me venció la curiosidad, crucé a comprar agua fresca y me alejé unos metros, a la sombra de otro árbol - éste no era famoso - y ahí me dejé caer sobre el pasto para poder observar al tan visitado y admirado “árbol del filósofo” desde otra perspectiva. Al principio observé las características del mismo, era viejo sí, pero no tanto como para albergar a un griego antiguo. Estaba muy bien cuidado y protegido y parecía disfrutar de la admiración de la gente, orgulloso miraba desde su altura a quienes lo fotografiaban, los mismos que a los quince minutos estarían observando alguna piedra al lado de la que otro filósofo habría filosofado muchos años antes y que luego de un par de cervezas habrían olvidado a ambos. Así es la vida de algunos famosos: fotos y olvido.
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