• Alberto y Lucía

Alberto y Lucía

Género: Cuento
Autor: Miguel Cotrofe

ALBERTO Y LUCIA

  

Sentado ante su escritorio, observando la pantalla de la PC a la espera de datos referentes a su trabajo sintió la necesidad de moverse, de acomodarse de manera tal que la luz de la ventana incidiera favorablemente. Buscó un perfil sin saber porqué, enderezó su espalda y se quitó los lentes de cerca. ¿Qué lo llevaba establecer estos cambios en su rutina…? Se lo preguntó, no encontró respuesta  y no le importó, aunque sentía que algo estaba por pasar.

Acostumbrado por tantos años de búsqueda no hizo nada para evitar movimientos, percibió claramente la circulación de la adrenalina y sus consabidos efectos. No se ocultó la ansiedad, claro, no sabía lo que vendría a continuación y  dejó que todo suceda, disfrutaba lo interesante de dejarse sorprender.

Estaba solo en la oficina y nadie podría quitarle ese placer. Las manos húmedas, esa sensación rara en la boca del estómago, las ideas como lejanas…todo presagiaba una gran sesión como las que disfrutaba desde sus catorce o quince años. Sabía que esos síntomas a los que a veces de agregaba cierta náusea raramente agradable eran el comienzo de la llegada de ideas y pensamientos ciertamente positivos. Daba paso a su intuición, se dejaba llevar.

Esto significaba siempre la apertura de canales de información, el despliegue de poderosas antenas que eran capaces de captar infinitas y sutiles señales. Alguna vez se preocupó por saber de dónde provenían y no lo supo explicar. Luego de un tiempo y de haber consultado con su maestra espiritual dejó de hacerlo; ¿para qué saber…? “Disfrutálo - le dijo -  no uses el intelecto o la razón, sólo dejá que venga, de donde  no importa… y utilizálo como mejor puedas…”

Y así fue en lo sucesivo, adquirió muchos saberes dejando simplemente que le lleguen, recordando a veces y anotando en simples papelitos esa información.  

Mientras estaba en plena captación, entre lo formal,  profesional, técnico y  el otro mundo  - el que no podía controlar - el de lo inexplicable y volado, se relajó y disfrutó. Qué enorme diferencia…éstos últimos venían de distintos sectores de la Compañía, números, estadísticas, curvas y resultados diversos. Aburrido, frío y para aplicarles desarrollo. En fin, ése era su trabajo, para eso había estudiado tantos años en la Universidad y siempre concluía en que “…para esto me pagan…”   sin encontrar consuelo alguno. Así que cuando tenía esos maravillosos momentos de inspiración dejaba que llegaran las cosas que tanto le gustaban, no dejaba que nada interfiriera. Muchas veces ni entendía lo que recibía pero lo guardaba celosamente. Algún día sería de utilidad. Y así cada vez más seguido se entregaba a lo que consideraba su deporte favorito.

Cierta vez estando en ese estado tan especial percibió algo diferente, como personal y directo para alguien (no para él) y no vaciló en entregarse. El sol que entraba por el ventanal iluminaba su perfil dándole un aspecto extraño y la posición que tenía en su sillón contribuía a que Lucía lo percibiera fantasmagórico e irreal; como irradiando destellos de una luz que variaba constantemente de color y extendía rayos que iban y venían desde la incorporalidad de Alberto llenando la oficina.

Ensimismado, no advirtió la presencia de su compañera y amiga quien llegó en silencio y ansiando comentarle algo relacionado con un cliente importante…¡un chisme, bah…!

Las dotes de ella para lo espiritual o esotérico ni se acercaban a las de Alberto pero era tal lo que allí sucedía que percibió algo inusual; tenía inquietudes al respecto y conocía algo. Incluso por recomendación de algunas amigas leía cada tanto libros relacionados con ese mundo tan especial. Permaneció en silencio observando con curiosidad cosas que nunca había visto, tratando de entender. No tuvo éxito pero sí supo que a allí pasaban  cosas que ella desconocía. Había paz en el ambiente y eso le dio seguridad y tranquilidad, nada malo estaba ocurriendo y se quedó atrapada entre lo que percibía y lo que sentía.

Al rato de estar allí, se dio cuenta que disfrutaba,  cierta pesadez se apoderó de ella. No sentía  el cuerpo, los párpados se le cerraban y tenía la sensación nunca experimentada antes de que estaba viviendo un espectáculo exclusivo para ella. A medida que se profundizaba ese estado más le gustaba, comenzó a escuchar hermosa música a la distancia y a ver luces muy agradables que se movían por todo el espacio, sin forma al principio y luego  imágenes de su vida que  como en una película pasaron una tras otra deleitándola y dejándole ver sus acciones, todas. Llegó un momento en que tomó plena conciencia de lo que veía y sentía, llegó a pedir perdón en alguna de sus escenas y perdonó y llenó de amor en otras. Se emocionó y lloró cuando pasó por sus recuerdos el nacimiento de su sobrino por ejemplo. El olor que sólo un bebé puede tener, y su suavidad, casi lo había olvidado. ¿Qué estaba pasando…? En ese ir y venir de diferentes emociones se dio cuenta que todo sucedía porque alguien, Alberto, hacía que fuese posible. Alberto en ese estado que nunca había visto antes. ¿Quién era Alberto…? ¿Qué poderes tenía…? ¿Podía intermediar entre los mundos…? ¿Hacerla saltar el tiempo y el espacio…?  Entre preguntas sin respuesta y vivencias desconocidas pasó lo que para ella fueron horas.

Cuando comenzó a respirar más profundamente sin quererlo y a moverse lentamente le pareció que finalizaba su clase semanal de yoga. Y cuando retomó totalmente la conciencia vio a su amigo mirándola sonriente mientras el reloj le indicaba que desde que ingresó a la oficina habían pasado apenas cinco minutos. ¡Parecía una eternidad…!

Sabía que no había soñado, ¿cómo iba a recordar toda su vida en apenas unos minutos y además sentir toda suerte de sensaciones y emociones…? No se había recuperado lo suficiente como para preguntarle a Alberto pero sabía que él tenía respuestas para ella. Comenzó a respirar conscientemente, profundamente y dirigiendo sus movimientos lentos hasta sentirse casi como siempre. Recordó los consejos de la profe de yoga y abrió y cerró sus ojos  hasta que pudo hablar. – Qué pasó…? atinó a decir y recibió como respuesta una asombrada y cálida sonrisa que contenía todas las respuestas.

Tiempo después, charlando de cosas perdidas con amigas de la infancia se enteró que esa experiencia había sido una iniciación espiritual, que Alberto era un maestro en esas lides y que todo tenía un fin. Ella nunca supo claramente para qué vivía, cuál era su propósito en esta vida. Y ahora - sin quererlo - había encontrado por medio de su compañero y amigo lo que necesitaba saber. Lo gracioso es que cuando le preguntó a Alberto cómo había sido todo esto él se quedó mirándola sin entender de qué le hablaba.

Nunca más hablaron del tema.

 

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